10.10.2003

Wordsworthian III / Fernando Paz Castillo (1893-1981)




El muro

Beauty is truth, truth is beauty, that is all
Ye know on hearth, and all ye need to know
John Keats



Un muro en la tarde,
y en la hora
una línea blanca, indefinida
sobre el campo verde
y bajo el cielo.

II
Un pájaro –en hoja y viento–
ha puesto su canción más bella
sobre el muro.

III
Enlutado de su propia existencia
–detenida entre su breve sombra
y su destino–
un zamuro, bello por la distancia y por el vuelo,
infunde angustia en el alma profeta:
una fría angustia, cuando
certero, como vencida flecha
–oscura flecha que aún conserva su impulso inicial–
cae tras el muro.

IV
La vida es una constante
y hermosa destrucción:
vivir es hacer daño.

V
Pero el muro,
el silencioso blanco muro
parece que nos dice:
“hasta aquí llegan tus ojos,
menos agudos que tu instinto.

Yo separo tu vida de otras vidas
pequeñas; pero grandes cuando el ocaso,
el oro insinuante del ocaso llega”.

VI
Acaso tras el muro,
tan alto al deseo como pequeño a la esperanza,
no exista más que lo ya visto en el camino
junto a la vida y la muerte,
la tregua y el dolor
y la sombra de Dios indiferente.

VII
Dios –muro frente a recuerdos y visiones–
está solo, íntimamente solo
en nuestros ojos
y en el menudo nombre
que lo ata a las cosas;
a la seda del canto del canario
fraterno
y a la noche que vuela en el zamuro:
fúnebre, pulido estuche de cosas ayer bellas
o tristes
que habrán de serlo nuevamente
del lado acá del muro,
con el temor reciente de volver al origen.

VIII
¿Morir?...
Pero si nada hay más bello en su hora
–frente al muro–
que los serenos ojos de los moribundos,
anegados por su propio silencio;
perdido ya, por entre frescas espigas encontradas,
el temor de morir,
y de haber vivido, como hombre, entre hombres,
que apenas –oscurecidos en su existir–
los comprendieron.

IX
Entonces el muro
parece allanarse entre el olvidado rencor
y la esperanza:
Es súbito camino, no límite de sombra y canto,
ante un nuevo Dios que nos aguarda
–que nos aguarda siempre–
y no conoceremos
a pesar de que marcha en nuestras huellas;
que nos llega de lejos,
del lado de la luz,
y que vamos dejando en el camino,
como algo que no es tierra,
atado, sin embargo, a nuestros pies.

X
El muro en la tarde,
entre la hierba, el canto y el fúnebre vuelo:
presencia del dolor de vivir
y no morir;
consuelo de volver, en tierra y oro,
con la inquietud de haber sido;
polvo y oro que regresa eternamente,
como la muerte cotidiana,
bajo el granado trigal de la noche insomne,
rumorosa de viento alto
y de luceros.
El sediento corazón siente Leticia:
el corazón y las queridas, tímidas palabras
huelen, como el muro en la tarde,
a cielo y tierra confundidos,
cuando el morir es cosa nuestra
y, como nuestro, lo queremos.
Lo queremos pudorosos,
en silencio, sin violencias,
mientras los otros temen –aún distantes–
la sensitiva soledad naciente
para el hombre, no humano, y su destino
confuso.

XI
Porque no hay muerte sino vida
del lado allá del canto, del lado allá del vuelo,
del lado allá del tiempo.

XII
Vaga intuición de perdurar
frente a la muerte ambicionada
y oscura...
Porque la muerte, imagen de nosotros
y criatura nuestra,
es distinta a la no vida
que jamás ha existido.
Ya que el verbo de Dios, que todo lo ha dispuesto
en la conciencia del hombre, no pudo crear la muerte
sin morir Él y su callada nostalgia
de pensar y sufrir humanas formas.

XIII
El muro de la tarde –atardecido en nuestra tarde–,
apenas una línea blanca junto al campo
y junto al cielo.
Misteriosa cruz que sólo muestra
su brazo horizontal.
Unida, por la oscura raíz,
a la tierra misma de su origen confuso;
y al cielo de la fuga
por el canto y el ala:
la noche impasible del zamuro
y el camino de oro del canario
hacia el ocaso.

XIV
¡El muro!
Cuánto siento y me pesa su silencio
–en mi tarde–
en la tarde del musgo
y la oración
y el regreso.

XV
Sólo sé que hay un muro,
bello en su calada soledad de cielo y tiempo:
Y todo, junto a él, es un milagro.

XVI
Sólo temo en la tarde –en mi tarde– de oro
por el sol que agoniza; y por algo, que no es sol,
que también agoniza en mi conciencia,
desamparada a veces
¡y a veces confundida de sorpresas!
Sólo temo haber visto algo:
¡lo mismo!
el campo, el césped;
la misma rosa sensual que recuerda unos labios
y el mismo lirio exangüe
que vigila la muerte.

XVII
Y sólo siento frente a Dios y su Destino,
haber pasado alguna vez el muro
y su callada y espesa sombra,
del lado allá del tiempo.


Fernando Paz Castillo




Antología poética, Editorial Monte Ávila

Caracas, 1979, (1964)

No comments: