4.27.2004

“Me afano en celebrar con entusiasmo los oficios cotidianos”: entrevista con Patricia Guzmán


El Nacional - Lunes 19 de Abril de 2004 B/6


Cultura y Espectáculos

PATRICIA GUZMÁN entregó a la imprenta una obra consagratoria. El conjunto de su poesía acaba de ser publicado en un volumen titulado Con el ala alta e incluido en el selecto catálogo del sello editorial merideño “El otro, el mismo”. Periodista de gran prestigio, la poeta confiesa que extraña la escritura periodística, el ensayo concebido para los medios masivos de divulgación... pero no extraña los periódicos

MILAGROS SOCORRO


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-El periodismo y la literatura, ¿cómo son conviven en ti esas dos sangres?
-Aunque me he pasado la vida peleando con ella, aprendí mucho con la escritura periodística (que no es lo mismo que el periodismo).

Aprendí mucho de ella y le agradezco haber comprendido que el registro de sensibilidades ante una palabra que tienen los otros es infinito; eso me obligó a ser generosa con lo que digo, a pensar en el otro, incluso desde la poesía misma. El periodismo me hizo más ecuánime, más generosa en mi pasión por el lenguaje, me obligó a tener clara conciencia de a quiénes les estoy hablando, de lo contrario no les llego, no los alcanzo, sería narcisa; y eso no lo quiero ser y menos a través del lenguaje.

-De la página 13 de Con el ala alta . Tu primer libro, De mí, lo oscuro , tiene un epígrafe de César Vallejo ("Y si después de tantas palabras /no sobrevive la palabra /Si después de las alas de los pájaros, /No sobrevive el pájaro parado /Más valdría, en verdad, /que se lo coman todo y acabemos").

-Así como mucha gente, antes de salir de su casa se persigna, yo no puedo leer ni hablar de mis libros sin ese epígrafe de César Vallejo, que cada vez más le da sentido a todo.

-¿Cuáles son tus lecturas?
-Es como una carta circular.

Los poetas de lengua española como San Juan y Santa Teresa me obsesionan, pero me encanta la intensidad, la violencia, la estructura de Silvia Plath y Ann Sexton.

No tienen que ver con el hecho de que sean mujeres escritoras. Yo no leo a mujeres o a hombres, yo leo poemas y poetas que me interesen.

Hay algunos de los cuales no me puedo desprender: Hanni Ossott es una obsesión, su voz es una obsesión para mí, sus ensayos sobre poesía, su traducción de Rilke. De María Zambrano, que no es poeta pero con cuánta poesía reflexiona tampoco puedo desprenderme.

Los místicos, sobre todo San Juan de la Cruz, me interesan, leo la Biblia, los salmos, el Libro de Horas, toda aquella escritura que tenga rito, la Torah, Hölderlin, los libros de Heidegger sobre la poesía. Intento leer toda aquella escritura que me traduzca la existencia, que me torne más claras mis angustias.

-En la página 55 de Con el ala alta dice: "Vacíalo /¿Quién quiere la sangre?... ". Y te pregunto, ¿quién puede querer la sangre?
-No lo sé. No lo sabía cuando lo escribí y no sé si lo sabré... Porque en mi proceso de escritura, sobre todo, en ese primer libro, que ya han dicho otros que es balbuceo, que es un libro cifrado, austero, yo estaba empezando a escribir, en el sentido de empezar a inventar la poesía. Sentía que todo me sobraba, y aún sigo escribiendo bajo un temblor, una amenaza, una necesidad, un agobio, una intranquilidad.

La verdad es que yo no hago carrera de escritora, no tengo disciplina para eso. No me pongo a escribir según un plan y no hago proyectos de libros. Una vez que tengo un grupo de poemas, los identifico como conjunto. Con los años, que ya son casi veinte en esto, puedo distinguir mis obras y, porque soy asertiva, por los lectores.

Yo comienzo a escribir sin saber a dónde voy. Cuando me aparece la primera línea y siento que por allí es, me atrevo a continuar.

En fin, no sé quién quiere la sangre... En ese poema que citas sé que quiero vaciar un pájaro. ¿De qué quiero vaciarlo? De la sangre, pero no encontré quién me diera sosiego, porque ¿quién quiere la sangre?... No lo sé.

-El libro se hace, pues, por acumulación más que por proyecto.

¿Cómo lo haces? ¿A qué hora?
¿Después de qué, antes de qué?
-En cualquier momento. Siempre dejo anotaciones, muchas: una palabra del poema de alguien, de alguna crónica, una imagen... y las anoto en un papelito o al margen de una libreta. A veces me da la angustia y me digo, bueno, que si no intento la poesía, la poesía no se va a quedar esperándome, entonces vuelvo a las anotaciones, las retomo, pego una con otra y en ello veo un poema. Obtengo a veces la satisfacción de un poema, no resuelto, pero ya sé que no me he quedado sola, sin poesía.

-¿Eso es todos los días?
-No todos los días. He pasado períodos muy largos sin escribir una línea. Pero luego me doy cuenta de que esos períodos de silencio son necesarios. Me va angustiando el no escribir pero no porque no tenga un libro.

-¿Extrañas el periodismo?
-Lo extraño por momentos. La escritura periodística sí, lo que no extraño es a los periódicos. Yo aprendí a diferenciar el periodismo del periódico. Además, a mí lo que me gusta, lo que mejor hago es el periodismo cultural. Estoy muy clara en eso, lo demás no lo sé hacer bien, quizá porque no me interesa.

Desde luego, manejo la información de actualidad política y económica, yo conozco este oficio. He pasado muchos años leyendo periódicos y en los periódicos como para no conocerlo. Pero no extraño un periódico; extraño escribir textos periodísticos, porque dan otro vuelo a la escritura. Yo no tengo complejos con el periodismo. No tengo nada que negarle al periodismo y lejos de eso le tengo gratitud, quizás porque me he peleado mucho con el periodismo.

La enfermedad tiene una sola ala

-De la página 19. "Reclamo mi cuerpo /entre tanta sordera /tanta lengua en lo oscuro". ¿Qué función tiene la poesía, si alguna, en la maraña de discursos políticos, periodísticos, publicitarios, oficiales y opositores?
-La palabra poética es latencia, pálpito, oscuridad audible, velo para transparentar al ser y las cosas, en tal sentido se torna incompatible con la "maraña" de discursos, sean éstos del orden que sean. Siento y pienso que la poesía, tal y como nos lo confiara Hanni Ossott, es un habla crepuscular, situada en el umbral de las cosas. Ella no detenta autoridad alguna, y cuando se vuelve voz proviene del único entramado que le es cónsono, el hondo entramado del ser; viene de las heridas profundas, de la sed de claridad, de la pugna por y para ser. Con los versos que citas, pertenecientes a De mí, lo oscuro, quizá intentara advertir el extravío al que nos conducen en su despliegue en busca de su destino las palabras, incluso aquella con las que hemos convivido, con las que nos proponemos recorrer un sendero que creemos conocido por haberlo visitado. Quizá quise aludir a la condición de amortajados que viene a ser mácula de nuestros días. Y sigo, años después, libros después, fiel a esa advertencia con la necesidad de quebrar ese tan humano e involuntario ensimismamiento que nos escinde.

-De la página 139. "Las bodas sólo se celebran / cuando llega la muerte / a mí la enfermedad me obsequió unas alianzas". ¿Qué es la enfermedad para el poeta contemporáneo?
-No tengo cómo cifrar qué es la enfermedad para el poeta contemporáneo.

Pero puedo intuir que ella deambula en su habitación, ya no con eco de tos, es otro el espesor de esa sombra que expone a la intemperie los latidos corporales del poeta. Escucho y quiero evocar en este instante el extraño verbo del alucinado de Coro, Elías David Curiel, cuando, embriagado de desamparo, dijera que "el éter es milagrosa escala /por donde Hahím psíquicamente sube /y cierne encima de la noche el ala". Ignorar no puedo el timbre de voz embriagado del olor a sangre de "la vieja herida", con el que Armando Rojas Guardia acotara que "a la luz de neón de nuestro tiempo, a penas suena a masoquismo la confesión insospechada de Juan de la Cruz: ´... lo que quiero es padecer´".

-¿Qué es la enfermedad para ti?
-"A mí la enfermedad me obsequió unas alianzas", escribí en "La Boda". Entre mis manos fueron colocadas para aferrarme así a la vida, así a la palabra, así al Amado, en Esposo convertido.

Porque en el vértigo, en el vacío al que inclina la enfermedad, apenas si oímos un quejido, el nuestro, vuelto queja monosilábica que no hemos de acallar para que se torne posible desprendernos en vilo de amor por aquel que hemos sentido en la carne, y que crece, crece y acepta comulgar, beber de la misma copa. Además, la enfermedad me instruyó en otro canto, en un canto que suena a oratorio, que transformó mis palabras en versículos con los que, como criatura agradecida, desperté a la salud y al gozoso misterio de vivir e intentar el poema día a día. Me afano entonces en rendir tributo al espigado nardo que atrae hasta mi casa al pájaro que cura, me afano en celebrar con entusiasmo, literalmente, los oficios ordinarios, cotidianos, en los que estoy inmersa: desde abandonarme a la lectura y a la música, hasta dictar una clase o servir la mesa para recibir a la familia, a los amigos. Porque, como escribí en "El Poema del Esposo", "La enfermedad tiene una sola ala / (Voy a enterrar en el jardín el ala de amar) ", para que eche raíces esa ala y me permita seguir aferrada a la vida. Y es que, repito, "en mi casa todo pájaro amanece curado".

-¿La poesía es un síntoma? Si es así, ¿de qué?
-Aceptaría esa idea de la poesía como síntoma si acordamos asumir la palabra síntoma fuera del alfabeto médico y visualizarla desplegando el sentido figurado que conlleva, es decir, como señal, indicio de algo auroral, que se anuncia, late, asoma y nace a medias, se vislumbra inacabadamente. En consecuencia, hemos de aceptar que las palabras, todas, y en su esencia, como aquellas con las que el poeta habla, aluden a una palabra perdida, "la palabra única que guarda el secreto del amor divino-humano", según anota María Zambrano.


El susurro del pájaro y la rosa

Patricia Guzmán (Caracas, 1960) es doctora en Literatura Hispanoamericana acreditada por La Sorbona. También es periodista, egresada de Universidad Católica Andrés Bello, donde ejerce como profesora; su carrera periodística incluye hitos como la dirección de las páginas de El Nacional, del suplemento cultural “Bajo Palabra”, de El Diario de Caracas y, más recientemente, de revista dominical “Estampas” del suplemento literario “Verbigracia”, ambos de El Universal.

Pero, sobre todo, Patricia Guzmán es dueña de una de las voces más hermosas y singulares de Venezuela.

Sus cuatro libros de poesía acaban de aparecer compendiados en una preciosa publicación, titulada Con el ala alta, editada por la casa “El otro, mismo”, que dirige Víctor Bravo desde Mérida. Al leer esas impresionantes páginas, se tiene la impresión de que en poesía de Patricia Guzmán castellano se hace celta, porque cobra esa entonación remota, de portentosa cultura irrigada por los siglos, que habita donde menos lo esperamos: en la letra iluminada, en la sombra del cáliz, en el rumor del ave, en jadeo del fanático y en la franja bordada del traje de novia.

En la poesía de Patricia Guzmán una rosa no es una rosa. Es la rosa toda, la rositudabsoluta, la condición extrema, flamígera, ingrávida y geométrica de todo lo que en el mundo es rosa y está impregnado de su sospecha.

La aparición de este libro nos consuela de muchas penas: país tiene poetas. Y eso ya es mucho. Es casi todo.

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