The Pandemic
The pandemic brings us back, even without our voluntarily intention, to the cosmic sense of existence. The same one I learned how to notice and savor, at age seventeen, while reading Teilhard de Chardin: the vital consciousness of belonging to “that secret and conjectured object whose name is common to all men but that no man has looked upon— the unimaginable universe,” as Borges defines it in “The Aleph,” confessing how he “felt dizzy and wept.” A minuscule microbe, a diminutive virus, present in the air we all breathe and which provokes in us the imminence of contagion, illness and even death, has given us a glimpse of the fear, and also at times the enjoyment, of knowing we are integrated to magnitudes that exist beyond our individual parcels, the private confinement where our mental life develops. In the contemporary West everything revolves around the hypertrophying of individual consciousness. Neither Oedipus, Electra, Orestes or Medea are self-aware characters in the manner that Hamlet is, for example. This is why Hamlet is, along with Quixote, Don Juan and Faust, one of the four great myths of the contemporary West. It’s the hypertrophying of self-awareness that vetoes and impedes direct, spontaneous and elemental contact with the materiality of the universe, that is now shattered by the work and grace of the virus.
Suddenly our self-aware sufficiency trembles in the face of the unexpected, physical graze of a natural order that overwhelms, ignores and threatens us.
The occasion is also propitious for a return to “amor fati,” practiced and lived by the Stoics, in particular Marcus Aurelius. “The love for the city of the universe, native soil, beloved homeland of all souls, beloved for its beauty, in the total integrity of order and need that constitutes its substance, with all the events produced within it.” (Simone Weil) The love for the organic Everything of which we are a part, within which absolutely everything that exists is interlaced in any area or level we might conceive, and including the direction of the events emanating from it: that factual, teleological configuration called “fate”: the set of what happens and what cannot happen: “fate” as the real itself: not just another cause, but the set of them all. This, precisely, is “amor fati,” by which we commune nuptially with cosmic orientation, even when it might lacerate us at times: the Greek dramatists teach us how tragic stature is achieved by making liberty and fate enter into communion, within the very density of our psyche. This vast and palpitating universal All, governed by the mechanics of Necessity, is the object of the explicit enamoring of God. God is enamored of the universe He created, as seen in the testimony of the Book of Job, which is, for G.K. Chesterton, “a sort of psalm or rhapsody of the sense of wonder. The maker of all things is astonished at the things he has Himself made.” The sudden fact that a pandemic, globalized among us like never before, connects us with metaphysical awe constitutes an unforgettable moral lesson from now on and forever.
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La pandemia
La pandemia nos devuelve, aun sin nosotros voluntariamente pretenderlo, al sentido cósmico de la existencia. El mismo que aprendí a captar y paladear, a mis diecisiete años de edad, leyendo a Teilhard de Chardin: la conciencia vital de pertenecer a "ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo", según lo define, confesando que lo hace "con vértigo y llanto", Jorge Luis Borges en "El Aleph". Un minúsculo microbio, un virus diminuto, presente en el aire que todos respiramos y que provoca en nosotros la inminencia del contagio, la enfermedad e incluso la muerte, nos ha hecho vislumbrar el espanto, y también por momentos el gozo, de sabernos integrados a magnitudes que existen más allá de nuestro parcelamiento individual, del confinamiento privado donde se desarrollaba nuestra vida mental. En el Occidente moderno todo gira en torno a la hipertrofia de la conciencia individual. Ni Edipo, ni Electra, ni Orestes, ni Medea son personajes autoconscientes en la media en que lo es, por ejemplo, Hamlet. Por eso mismo Hamlet es, con el Quijote, Don Juan y Fausto, uno de los cuatro grandes mitos del Occidente moderno. Es esa hipertrofia de la autoconciencia, que nos veta e impide el contacto directo, espontáneo y elemental con la materialidad del universo, lo que ahora salta en pedazos por obra y gracia del virus.
De pronto nuestra suficiencia autoconsciente tiembla ante el roce físico, inesperado, de un orden natural que nos sobrepasa, nos ignora y nos amenaza.
La ocasión es propicia para devolvernos también al "amor fati", practicado y vivido por los estoicos, en especial Marco Aurelio. "El amor por la ciudad del universo, tierra natal, patria bienamada de toda alma, querida por su belleza, en la total integridad del orden y la necesidad que constituyen su sustancia, con todos los acontecimientos que en ella se producen" (Simone Weil). El amor hacia el Todo orgánico del que formamos parte, dentro del cual absolutamente cuanto existe está entrelazado en cualquier área o nivel que podamos concebir, y que incluye la dirección de los sucesos emanados de él: esa configuración fáctica, teleologica, denominada "destino": el conjunto de lo que sucede y que no puede no suceder: el "destino" como lo real mismo: no una causa más, sino el conjunto de todas. Este es precisamente el "amor fati", a través del cual comulgamos nupcialmente con la orientación cósmica, aun cuando ella por instantes nos lacere: los dramaturgos griegos nos enseñan cómo se alcanza la estatura trágica haciendo que entren en comunión, en el espesor mismo de nuestro psiquismo, la libertad y el destino. Este vasto y palpitante Todo universal, gobernado por la mecánica de la Necesidad, es el objeto del enamoramiento explícito de Dios. Dios está enamorado del universo que creó, como lo testimonia el Libro de Job, el cual, para G. K. Chesterton, es "una especie de salmo o rapsodia del sentido del asombro. El hacedor de todas las cosas se muestra sorprendido ante las cosas que él mismo hizo". El hecho súbito de que una pandemia, globalizada en medio de nosotros como nunca antes, nos conecte con ese asombro metafísico constituye una lección moral desde ahora y para siempre inolvidable.
[Translator’s note: I have used the Norman Thomas Di Giovanni translation of Borges.]
{ Armando Rojas Guardia, Facebook, 18 March 2020 }
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